1. ¿Qué haría usted si por circunstancias médicas se viera obligado a traer el intestino por fuera unos días?
a) Me quedaría en mi casa guardando reposo debido a que mi estado de salud es delicado.
b) Lo tomaría como si nada y saldría a los bares de la ciudad a divertirme.
2. ¿Con cuántos intestinos ha salido de juerga?
Éstas y otras preguntas similares estuvieron en el aire, debido a los eventos que voy a narrar a continuación.
En la tarde de un sábado que pintaba ser de lo más ordinaria, me dirigía con Betty a un salón de belleza, donde nos encontraríamos con Luis David, para irnos juntos a su nuevo hogar. Aprovechando que Julio se encontraba en el D.F., esperaba pasar una tarde de lo más tranquila en la reunión de inauguración del nuevo departamento de mi amigo, que en ese momento se encontraba siendo sometido a un tratamiento de “redireccionamiento capilar”.
Tal vez sería el hecho de ver a Luis David con la cabeza llena de tubitos, o el ver a Betty preocupada por la pretendida hambre de un pez dorado ubicado sobre una mesita del departamento, o el verme junto con Betty ojeando un almanaque gay mientras esperábamos, tal vez todos estos acontecimientos juntos me hicieron sentir esa sensación ingrávida de que el día se estaba volviendo algo peculiar.
Ya en el departamento y mientras preparábamos algo rápido para comer, observaba el lugar, perfecto para una sola persona, bien distribuido y agradable; llamaba particularmente mi atención el hecho de que hubiera limones tirados en todos los rincones, en esas cítricas observaciones me encontraba, cuando Betty le preguntó a Luis David, si estaría interesado en conocer a un amigo francés: “él es bi y además puedes practicar tu francés”, fueron esas sus palabras… hasta ese punto, nada había llamado particularmente mi atención, sin embargo, Betty agregó “sólo hay un pequeño detalle, trae el intestino de fuera”….
“¡¿Qué?! ¿Entendí bien? ¿El intestino?”... al ver nuestra cara de intriga, extrañeza y asco simplemente acotó: “¡Pero lo trae dentro de una bolsa! No crean que así al aire libre”… cómo si eso minimizara el hecho.
“¿Por qué lo trae de fuera?”, pregunté. No se sabe, sólo se sabe que lo traía dentro como la mayoría de los seres humanos, hasta que el susodicho francés se perdió unos días y fue encontrado en el hospital, ya con parte de su intestino en una bolsa colgando de su bajo abdomen… cuando se le preguntaba, qué le había pasado, simplemente soltaba francas lágrimas sin sacar de la intriga a nadie. Pensamos lo peor, y alguna que otra idea graciosa.
“¿Porqué hay limones tirados en las esquinas?”, volví a preguntar. Una amiga de Luis David, que gusta de las ciencias ocultas, los había colocado ahí con la intención de que limpiaran las malas vibras de los inquilinos anteriores. Me burlé, pero luego, encontré para ellos un mejor uso, los ocupé para acompañar mis cervezas y agradecí que hubiese gente supersticiosa en el mundo.
Continuando con la propuesta de Betty, por un momento me dieron ganas como de decirle a Luis David que seguro podría conocer un mejor partido, pero haciendo recuento de los últimos prospectos con los que ha salido, el francés tripas de fuera, como que no se oía tan mal. Además, la curiosidad de mi amigo ya se había desatado.
Betty salió a encontrarse con su novio (que según ella es igualito a un modelo del calendario gay que habíamos visto) y con el francés, Luis David y yo, por nuestro lado, nos quedamos en el depa esperando a más personas.
En la reunión salió el tema del francés, arrojando un caudal de bromas y preguntas, que simplemente no podían responderse… la llamé para salir de dudas y preguntarle cómo se veía eso de traer el intestino en una bolsa y ella, con esa forma cándida que la caracteriza, me contestó: “se ve normal”…. siendo que “normal” tal vez sería el adjetivo que menos esperábamos para describir semejante situación, la aclaración, de ninguna forma resolvió nuestras dudas.
La reunión en el depa se terminó y nos fuimos rumbo a La Ermita para encontrarnos con Betty, su novio y el franchute… y ¿Qué puedo decir? Se veía normal, traía una camisa holgada y por debajo, se alcanzada a ver la silueta de una bolsita llena de intestinos, la cual acomodaba de vez en cuando, cómo con signos de incomodidad y nosotros intercambiábamos miradas de “ojala no se reviente la bolsa”… pasamos una noche agradable, coreando las canciones, tomando cerveza y aunque éramos cinco personas en la mesa, de pronto teníamos la extraña sensación de ser seis, ya que el intestino se había convertido en nuestra imaginación, prácticamente en un sujeto y reclamaba cuidados.
Debo confesar que no recuerdo cómo era, ni cómo se llamaba el francés, quizá porque era bastante anodino… en otras palabras, sus intestinos tenían más personalidad que él mismo, nos hicieron reír, bromear, conjeturar, y desearles: ¡Buena suerte!, ya que se aproximaba la fecha para la operación de vuelta a su insignificante dueño.
sábado, 9 de junio de 2007
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